diumenge, de juliol 15, 2007

Dos moments de veritable admiració

Amb McCarthy em passa com amb Lowry. Incapaç de lloança prou justa, em veig obligat a transcriure'ls. Una de les ironies millors executades que he llegit mai és la que us presento a continuació.

Los viejos se reunían en el almacén, ocupando durante horas y horas las inestables cajas de leche y hablando con lentitud y convicción de asuntos de profunda intranscendencia, fija su vista acuosa en la empañada bombilla roja de la estufa. Amortajados en sus chaquetas oscuras tenían aire de buitres, sus rostros gastados y flacos, su piel seca como un lagarto. John Shell, que parecía ni más ni menos que un maniquí de huesos mal montados del que la ropa colgaba en miserables pliegues polvorientos, asomadas a la intemperie de las muñecas como palos desde sus amplias mangas de prelado, John Shell desencajó con esfuerzo su mandíbula desdentada, un crujido leve pero audible, para pronunciar su sentencia: no es que sea eso pero sí que es una cosa u otra.

Cormac McCarthy, El guardián del vergel.



La millor imatge al revés la vaig transcriure l'any passat, però la presento aquí, i així Lowry fa companyia McCarthy;

En el fondo de la piscina, allá abajo, ardía el resplandor de un pequeño sol que cabeceaba entre las papayas invertidas. Reflejos de buitres a dos mil metros de profundidad, giraban al revés y desaparecían.

Malcom Lowry, Bajo el volcán.