dijous, de gener 25, 2007

Forasters!

Primera part del post d'avui

¿Los libros? Básicamente, tenía libros prohibidos. La aduana no permitía sacarlos. Tuve que regalárselos a conocidos, junto con lo que yo llamaba mi archivo.
¿Los manuscritos? Hacía tiempo que los había enviado a Occidente, por vías secretas.
¿Los muebles? Llevé el escritorio a la tienda de segunda mano. Las sillas se las quedó el pintor Cheguin, que hasta ese momento se las arreglaba con cajas vacías. El resto lo tiré.
Así me largué, con sólo una maleta

Sergei Dovlatov, La maleta, Metáfora (editorial de gran qualitat, ja desapareguda)

Segona part del post d'avui

Per la tele fan un programa que va de paraules. En una emissió del mateix es van dedicar a llistar un seguit d'insults. El filòsof em sembla que va argüir que la catalana terra no és pas pàtria d'insults ni ganivetades. És, això sí, terra de renecs. A mi el renec que més m'agrada és carall. Venia jo de Veneçuela, l'any passat, tot llegint la nostàlgica Més enllà del riu i sota els arbres, de Hemingway, traduït al català per Folch i Camarassa, de la millor col·lecció que hi ha hagut mai en la història d'aquest abocador; a saber, la Biblioteca a tot vent, de Proa. No, no. Està fora de discussió, aquesta última asseveració. És la millor col·lecció i punt. Bé, doncs allà vaig descobrir que carall existia. Jo venia impregnat del veneçonalíssim carajo, i vaig trobar que era un nexe d'unió molt bell, el carall-carajo. A les espanyes s'utilitza poc, aquesta expressió.

D'això parlàvem a la barra de l'Orinal, facendo tempo. Algú ens va servir un orujo, succedani del mezcal Los Suicidas, per a fer-nos garlar. I a fe de déu que vam garlar. En Joan Todó, un home prenyat de llibre i de tons baixos i inaudibles, ens va explicar que els insults del seu poble són dos; Pastora i Foraster. Què els hi semblen? Pastora i foraster. Les pastores del poble del Todó sembla que eren unes dones fàcils i lascives. Peloses i esdentegades amb tota mena de fluxos regalimant sota els seus draps. Me les puc imaginar sense més dificultat. Foraster és aquell que ve de fora. Que foraster sigui un insult diu molt de nosaltres. És l'Altre, a qui rebutgem i temem. La figura de l'Altre m'interessa a més no poder. És per aquest motiu que adjunto un text que em recomana l'amic editor Héctor Torres, de Caracas, via Ficción Breve Venezolana. Qui hagi estat més d'una setmana fora de casa sabrà apreciar aquest text. Senyors, canviïn de canal o seguin i fumin-se un cigarret. No és un text llarg però tampoc és curt. El seu autor és un escriptor anomenat Gustavo Valle, un veneçolà que resideix a Buenos Aires, un altre exiliat light. Jo m'he sentit plenament identificat amb el que detalla tot seguit. Sóc foraster en alguna banda.

Tira, Gustavo.


Tercera i última part del post d'avui (text de Gustavo Valle)

No importa dónde ni cuando lo encuentres; notarás que viene de algún lugar,
no importa cuál —algún país al que ha devorado más que habitado,
una tierra secreta en la que ha sido alimentado pero que no puede heredar.
Djuna Barnes



uno

Lo primero que hace el extranjero al llegar a otro país es darse cuenta de que habla distinto, ríe distinto, hace el amor distinto. Entonces se pregunta acerca de su forma de hablar, reír y hacer el amor, y se da cuenta de que esas formas pueden ser sustituidas por otras. Sabe que en el fondo no le pertenecen a él ni le pertenecen a nadie, y lo horroriza pensar que al cabo de un tiempo todo puede cambiar, esas formas pueden cambiar y él mismo convertirse en alguien muy distinto. Entonces queda boquiabierto, se mira en el espejo como si mirara las ruinas de un imperio y se pregunta: “¿qué estoy haciendo aquí? ¿cuánto tiempo durará esto?”.

dos

Además de mirarse en el espejo, el extranjero mira a todos lados, se distrae con la gente, con los carros, con las alcantarillas. Sus ojos son radares inservibles. Por culpa de esta manía se desconcentra, no focaliza, hace zapping con todo. Su sentido de la cotidianidad está roto. En vez de una ciudad, ve trizas.
Le gusta llevar las manos en los bolsillos, y cuando hace frío levanta el cuello de su chaqueta como hacen los gitanos y roqueros. Visto así parece un sospechoso, alguien que está punto de cometer un delito. Pero es completamente inofensivo, como suelen serlo los gitanos y roqueros. Carece de señas particulares: ni cicatrices, ni dientes de oro, ni tatuajes. Podría pasar por un nacional, pero ningún nacional tiene esa mirada paranoica.

tres

En la calle vive tropezándose con la gente y dice: “disculpa, perdón, ¿te he lastimado?” Es todo gentileza y utiliza frases como: “tenga la bondad”, “perdone que lo interrumpa”, “¿podría hacerle una pregunta?”. Por eso el extranjero es el ciudadano más educado del mundo. Pero su educación es un poco sumisa y esto vuelve a despertar sospechas. Recordemos: un nacional sumiso es una persona sumisa, pero un extranjero sumiso es un criminal en potencia. Con el tiempo el extranjero deja de ser sumiso pero le queda una urbanidad un poco rara y quisquillosa. Por eso le reprocha a los nacionales cierta brutalidad, cierta torpeza en el trato que sin embargo no les reprocha a sus propios compatriotas cuando vuelve, por ejemplo, de vacaciones a su país. Y cuando esto ocurre, es decir, cuando vuelve de vacaciones a su país, el extranjero tiene dos opciones: o celebra las necedades de sus compatriotas, o se convierte en su verdugo. Un estéril verdugo, claro está

cuatro

El extranjero prefiere vivir en el centro de la ciudad antes que buscar casa en las afueras. “Suficiente suburbio tengo en la cabeza —dice-- como para irme a vivir a la periferia”. Le gusta estar rodeado de gente, pero rara vez habla con alguien. Adora las multitudes en las que pasa desapercibido, pues quiere ser “uno más”, para dejar de ser “uno menos”.
Con frecuencia viste bluyín y chaqueta y salir a tomar el primer autobús que encuentra. Allí ocupa un asiento con ventanilla, y deja que el paisaje pase como las hojas de un libro aburrido. Los recorridos de los autobuses en el país en que se encuentra son kilométricos: duran horas y horas, y hay edificios y edificios y plazas y más edificios y así, sin parar. Asomado por la ventanilla, abstraído en su propia distracción, el extranjero vuelve a preguntarse: “¿qué estoy haciendo aquí? ¿cuánto tiempo durará esto?”

cinco

Él sabe que su patria, como cualquier otra, se desvanece en el aire. Por eso no siente nostalgia por ella, ni por sus paisajes, ni por sus costumbres (¿o sí?) Sin embargo siente nostalgia por algo, y se le van los días tratando de encontrar el objeto de esa nostalgia, la razón de esa nostalgia. Por momentos piensa que es por su familia, su pasado, alguna alegría del pasado, o cierta irresponsabilidad que ha quedado atrás, pero pronto se da cuenta que esa es una nostalgia común a todos. Entonces vuelve a pensar en los motivos de su nostalgia, descarta la nostalgia por la nostalgia y termina el día sin saber qué diablos hay detrás de su nostalgia, a pesar de sentir mucha nostalgia.

seis

Amigos. Él intenta por todos los medios conservar los que tiene. Pero con el tiempo esos amigos, como los tiene lejos, se van desdibujando, cada vez están más y más lejos. El extranjero intenta remediar esto: les escribe, a veces los llama, piensa mucho en ellos. Por supuesto sus cartas y mensajes no tienen respuesta inmediata, más bien tardía, a veces ni la tienen. Pero él insiste, vuelve a escribir, manda recordatorios, pensando que así todo puede fluir mejor, pero no. Esto, que es lo más normal del mundo entre amigos, el extranjero lo vive con dramatismo, y como es paranoico piensa que la gente se ha olvidado de él. Y quizás sí, quizás alguien se ha olvidado de él, pero eso no importa, en el fondo no le importa. No olvidemos una cosa: un paranoico es un narcisista sin remedio.

siete

Una cosa lo perturba: reírse de los chistes que no entiende y también de los que no le hacen gracia. No es que él sea un amargado, un hipócrita, o que su coeficiente intelectual esté por debajo de…, sino que ya se ha cansado de pedirle a la gente que repita chistes, y también se ha cansado de poner cara de no entender nada, y como no es un tipo mala leche y más bien suele desempeñarse con cordialidad estúpida, entonces ha resuelto reírse de chistes incomprensibles y poco graciosos, y él mismo se toma esto muy en serio, y acepta esta risa acartonada con gesto acartonado, como si llorara la muerte de alguien que desconoce.

ocho

Cuando acude a los servicios de extranjería para regularizar su situación, el extranjero habla con bolivianos, chinos y rusos (que es como hablar consigo mismo) No es que los nacionales no hablen con bolivianos, chinos y rusos, sino que el extranjero habla con ellos como si fueran sus hermanos, sus compañeros de gesta. Por supuesto poco entiende de lo que le dicen, pues la mayoría de los bolivianos vienen de lo alto de la puna y hablan un español incomprensible, y con los chinos y rusos echa mano de las payasadas y la mímica para entrar en confianza. A pesar de esta situación, es decir, a pesar de no saber qué cuernos se están diciendo mutuamente, él disfruta de estos encuentros y sólo lamenta que sean tan efímeros.

nueve

La última vez que estuvo esperando turno en un servicio de extranjería, un niño boliviano entró repentinamente en convulsiones y su madre comenzó a dar gritos desesperados en aymará. Los oficiales de seguridad acudieron al lugar pero ninguno sabía cómo tratar a un niño epiléptico. De las aproximadamente doscientas personas que estaban allí esperando turno, ninguno sabía cómo tratar a un niño epiléptico. La enorme sala de espera entró en pánico, se escucharon más y más gritos, al rato llegó un doctor y algunos policías. Muchos curiosos se agolparon para ver al niño convulsionando, hasta que al cabo de unos minutos las convulsiones pararon y el niño quedó extenuado, completamente dormido como si hubiera corrido una maratón. Después del susto, el extranjero pensó: “y lo que te espera, niño”.

diez

Le gusta teorizar acerca de su condición y dice cosas como: “también uno es extranjero en el tiempo (más bien un refugiado), pues el pasado es una playa arrasada por el tsunami”.
Como vemos, le gustan las metáforas catastróficas. Son su especialidad.

once

El extranjero es un pensador amateur. Así se autodefine cuando le reclaman una profesión seria. “Soy un pensador amateur”, repite el extranjero, y se encoge de hombros. Le agrada cierto filósofo de origen rumano que decía que el ser humano pensaba porque carecía de patria, que un pensador era un emigrado de la vida, y que no nos quedaba otro camino que la errancia. El extranjero piensa en la errancia muy a menudo y suele leer National Geographic en busca de reportajes sobre tribus nómades en África y Asia. Admira a esa gente que cambia de domicilio según la llegada del monzón o del invierno, y se hace una idea de lo que debe ser caminar en el desierto con la casa a cuestas.
Lo que ocurre es que también sus ideas son nómadas, y a él le cuesta mucho definirse por una y descartar otra, y con frecuencia se entrega a una inteligencia ambulante que lo hace saltar de idea en idea sin quedarse en ninguna. Por eso siente que no evoluciona, que no aprende, que se estanca. Pero igualmente disfruta este viaje a ninguna parte que le proporciona cierta ligereza y hasta lo hace sentirse más joven.

doce

El extranjero ocupa dos extremos: cuando es discreto, lo es en exceso, y si se muestra cordial empalaga. A menudo se menosprecia, se infravalora, se siente poca cosa, pero enseguida, por obra de no se sabe muy bien qué, se considera el más brillante, el mejor de todos. El punto medio no lo encuentra y en varias oportunidades se ha preguntado dónde está ese punto medio, “¿existe ese punto medio?” Y la única respuesta que encuentra es que ese punto medio se llama casa, lugar, su lugar. Y entonces medita sobre lugares, imagina lugares, sueña lugares, y al final se da cuenta de que un lugar es cualquier cosa, un lugar puede ser un balcón estrecho, un asiento en el teatro, un auto en movimiento, el pico de un pájaro, la punta de un tenedor, un colchón viejo, un mar, una ciudad, un planeta, el universo… Entonces vuelve a mirarse en el espejo, pone cara de vivir una profunda crisis existencial y dice: “el lugar soy yo, y yo no sé donde me encuentro”

trece

Con el tiempo el extranjero ha aprendido a ser extranjero. Esto es un aprendizaje como cualquier otro: disciplina, horarios rigurosos, buenos profesores. Pero sobre todo ha aprendido a ser extranjero desde el momento en que se dio cuenta de que siempre lo fue. “Al fin y al cabo —dice— uno es extranjero hasta en su propio cuerpo, y sino prueben frente al espejo, hagan muecas, arruguen la cara, y verán allí la sombra de un hombre, un fantasma que deambula por casa sin que nadie lo invite”.

catorce

Cuando el extranjero llega a otro país, y deshace las maletas y se echa a la cama a descansar, comienza el largo proceso que lo llevará a decir, en algún momento, como dijo Czesaw Milosz en California: “esta es mi casa”. Pero ese proceso le llevará mucho tiempo, ameritará de un sin fin de etapas, numerosos mecanismos de adaptación y mucha paranoia. Si todo esto se cumple y se superan las etapas y la paranoia, el extranjero estará listo para repetir la frase de Milosz. De lo contrario hará nuevamente las maletas, vestirá bluyín y chaqueta y saldrá a tomar el primer autobús que encuentre. Pero en honor a la verdad, el extranjero vive en un lugar donde no hay autobuses ni aviones ni aeropuertos. Tampoco un puerto, ni una estación de trenes, ni nada que lo traslade. El extranjero sale, y sin embargo se queda. Por eso podemos decir, sin temor a equivocarnos, que este individuo jamás se ha movido de su sitio, y nunca ha salido de su país violento.
Gustavo Valle, Un nómada en su casa.